domingo, 6 de septiembre de 2009

El Testimonio de Elvira


Queridos Amigos, aqui tenemos el testimonio de Elvira, otra de las voluntarias que han pasado aqui algunas semanas con nosotros. Espero que lo disfruteis tanto como yo lo he disfrutado. Muchas Gracias Elvira por compartir con nosotros lo que ha representado este viaje para ti.

" C´est l´Afrique!

Cuando oímos esta frase, todos pensamos solamente en un aspecto de África, el basado en tópicos de indolencia, falta de interés en las cosas, dificultad para vivir juntos y conseguir y compartir medios. Yo, realmente, he venido con una idea totalmente diferente y me gustaría conseguir que contándoos mi experiencia esta frase os sugiera otras cosas, que os evoque el lado maravilloso de ese gran continente. Me he dado cuenta de que he descubierto que África además de cara tiene alma.

En estos quince días que he tenido la suerte de pasar en Burundi he sentido la esperanza en cada una de las personas que he conocido y he sido contagiada por la alegría que transmiten todos ellos.

La gran sorpresa para mí ha sido, por un lado, el poder compartir cada uno de nuestros días muy de cerca con voluntarios burundeses dispuestos a colaborar y luchar por tener un país mejor. Gracias a ellos, a los Patiris (Padres) y a personas como Joaquín tengo la esperanza y estoy convencida de que Burundi será un país mejor.

Por otro lado, me ha fascinado la fe tan inmensa que tienen todos. Me han parecido realmente un ejemplo extraordinario de vida cristiana. Un país pobre pero unido por la fe y asentado en paz en una tierra dura.

La llegada a Burundi fue toda una aventura llena de nervios y de preguntas. ¡Nunca había estado en el África profunda! Empezaban los olores, el sentirse observado, las sonrisas… nos miraban, nos señalaban y decían con una mezcla de alegría y miedo: ¡Muzungu! (hombre blanco)

Era impresionante comprender que la ilusión de muchos niños era simplemente estar a nuestro lado, mirarnos, escucharnos, poner su brazo al lado del nuestro para ver el contraste de las pieles, tocarnos el pelo…necesitaban cariño y atención. Así de fácil.

Todas las actividades que hicimos me llegaron al corazón por algo especial en cada caso, todo tenía un sentido y además podías disfrutarlo más intensamente porque teníamos tiempo para compartir con los demás.

Los juegos con los niños fueron especiales por las ganas que tenían de estar con nosotros. Les enseñamos nuestros más típicos juegos infantiles - la zapatilla por detrás, saltar a la goma, por ejemplo - para acabar bailando al corro de la patata burundés y descubrir que ellos también juegan al escondite inglés. Conseguimos juntar a los niños de la casa de María, un orfanato creado por la Fundación María Ayuda, con el grupo más numeroso de los de la coral de la Iglesia de Mont Sion y los que estaban en la calle llegando a tener con nosotros unos ochenta niños. ¡Aquí me dí cuenta que con ilusión todo acaba saliendo bien! A pesar de tener tan solo preparada una gincana para veinte niños conseguimos que ochenta pasaran cinco mañanas estupendas: algo así como el milagro de los panes y los peces. Jesús estaba con nosotros y él se encargó de que todo saliera bien. Esto lo comprendimos gracias a nuestros ochenta maestritos.

Muchos de estos niños dedican mucho tiempo a diario para ir a buscar agua con un bidón que pesa muchísimo. Algunos incluso con su hermano, de apenas unos meses, a la espalda. Suelen ir descalzos y con ropas sucias y rotas.

Organizamos un taller de limpieza con el que disfrutamos muchísimo nosotros: porque todo les parecía bien, porque estaban atentos y esperando la escena siguiente, y porque creo que conseguimos transmitirles algunas ideas básicas muy importantes. Les vimos colorear y pintar con entusiasmo escenas de limpieza y después intentamos enseñarles a cepillarse los dientes. ¡Como nos chocó ver que coloreaban de negro a las personas! ¡Que ilusión les hizo recibir un cepillo de dientes! En cada minuto del día recibíamos alguna sonrisa, oíamos nuestro nombre bajo risitas, porque alguien te miraba o te tiraba de la mano, porque todo esto nos sumergía en un ambiente sin prisas y lleno de cariño y de paz.

Las excursiones que hicimos fueron inolvidables.

El paseo hasta el centro de Kamenge pasando por algunos barrios pobres de Bujumbura fue chocante. Las pelotas y las cometas hechas con bolsas de basura; los coches de juguete de corcho y madera; los niños vendiendo lo primero que tenían; las casas sin agua, sin luz y apenas acabadas, sin terminar; y todos sonriendo, cantando y bailando. ¡ La falta de cosas la llenan con alegría!

Además de todo lo que pude ir observando, en este paseo disfruté en especial porque empecé a compartir muchas cosas con algunas voluntarias burundesas. Comprendí que tenemos muchas más cosas en común de lo que creía y que estamos mucho más cerca de ellos de lo que pensaba. ¡Su familia es lo primero, están unidos, se quieren, se admiran! ¡Que bonito es ver como se cuidan y como hablan unos de otros! ¡En mi caso siento exactamente lo mismo!

Esta relación que empecé en este paseo se fue haciendo más estrecha según pasaban los días y seguíamos compartiendo canciones, asientos de autobuses, cantimploras con unos y otros. Al final de la aventura he acabado convencida de que he conocido a personas realmente inteligentes, con capacidad, y que lograrán hacer grandes cosas en su vida. Personas generosas que anteponen el tú al yo en todo momento, que están dispuestas a entregar todo lo poco que tienen; personas orgullosas de su país; personas amables, sonrientes y alegres; personas que valen muchísimo: personas magníficas que necesitan un ambiente que les acompañe y en el que puedan vivir y realizarse, como decimos ahora.

Una de las escenas más impactantes del viaje fue la entrada en el centro de las Hermanas de la Caridad. Esta visita nos enseñó a nosotros la perspectiva transcendental del proyecto de la madre Teresa, el lado esperanzador. No puedo negar que cuando entras en una habitación con más de treinta niños huérfanos, de menos de un año, se te encoge el corazón. Pero entonces aparecen las trabajadoras sociales y las hermanas y todos empiezan a sonreír, todos buscan su comida, bailan al son de los tambores, buscan al niño de la cuna de al lado y yo allí en medio sólo quería dar gracias porque estaban vivos.

Después de todas estas cosas que os estoy contando, teníamos además la inmensa suerte de poder compartir todo lo que habíamos visto y sentido, no sólo con los demás voluntarios, sino también con la Virgen y el Señor. Gracias a los Patiris tuvimos unas misas especiales porque nos sentíamos parte de ellas, porque participábamos mucho, porque intentábamos cantar y porque de verdad estábamos cerca de Dios.

Igualmente, la casualidad nos hizo ser participes el 15 de Agosto de la coronación de la Virgen de Mont Sion como Reina de la Paz y la Reconciliación. Este fue un acontecimiento único que pocas veces tendremos la suerte de volver a vivir. Para ellos, esta misa era muy especial porque han conseguido convivir tutsis y hutus y rezamos juntos para que eso continúe y en las próximas elecciones todos acepten los resultados y no haya guerras nunca más. Casi treinta mil personas esperando con ansia desde hacía 3 años la coronación de la virgen unidas ante ella. No puedo explicar lo que vimos y sentimos allí, yo, sinceramente, estaba totalmente fascinada. Uno de los Patiris, el padre Deo, con mucha ayuda, había dedicado un gran esfuerzo para conseguir que nuestra fiesta del 15 fuera transmitida en directo a través de la red audiovisual de Schoenstatt. Yo mandé un mensaje a mi familia para que lo vieran y me sentí feliz cuando supe que habían estado con nosotros al mismo tiempo que se desarrollaba nuestra celebración.

En el resto de excursiones: lago Tanganica con los niños de María, visita a Mutumba y a Kabezi, visita a un poblado Batwa y otras, seguimos recibiendo sin parar de la gente burundesa. Porque por más ilusión que nosotros poníamos en dar lo mejor de nosotros siempre obteníamos más de ellos: ¡nos daban todo! Nos enseñaban sus casas, bailaban con nosotros, nos ofrecían todo lo que tenían, era admirable pero siempre lo mejor era recibir su sonrisa y su alegría continuas, contantes.

Por último, no puedo dejar de escribir aquí lo agradecida que estoy a todos los voluntarios burundeses que nos invitaron a cenar a sus casas, y a los que no pudieron porque no éramos suficientes españoles. Nos integraron en sus casas y sus familias deseosos de que conociéramos lo más importante de sus vidas. Nos dieron las mejores cosas que tenían, invitaron a todos los amigos y familiares que estaban disponibles y nos dedicaron su tiempo como si fuéramos alguien especial. Espero algún día poder recibirles de la misma manera entre nosotros. Este día las impresiones que compartimos después entre nosotros fueron particulares porque realmente cada familia era un mundo. En general la figura más triste era la del padre porque tan sólo dos de las doce familias que visitamos tenían unos padres dignos, los demás se emborrachaban, habían muerto en la “crisis” o se habían ido de casa. La falta de esta figura tan fundamental en la familia le marcaba mucho a cada uno de ellos.

Antes de despedirnos hicimos un retiro para tomarnos el tiempo de darnos cuenta de todo lo que os acabo de transmitir. Y una vez más antes de irnos, todos los voluntarios nos sorprendieron viniéndose a despedir de nosotros al aeropuerto. Cogieron un autobús entre todos - ¡imaginaros el dinero que supone para ellos! - y vinieron a regalarnos sus últimas sonrisas y abrazos. Como dice Joaquín: hay que saber dar y recibir.

Seguramente todo esto que cuento no hubiera sido igual si no hubiéramos tenido un grupo tan estupendo en el que todos compartíamos valores y principios y nos llevábamos tan bien: Morotas el motor del equipo, Colombo con su gran disposición para todo, María Gil y sus curas dulces y mágicas, Alberto y su carácter alegre, Manu activo y motivador, Miguel incansable y atractivo, Ana entregada plenamente, Dani el descubrimiento chileno, Carmen siempre entusiasta y participativa, Carol y su salero inconfundible, Mónica y su cariño inagotable, Iñigo el hombre lleno de sorpresas, el Padre Lorenzo tan convincente, el Padre Rodrigo tan comprensivo y Joaquín que todos sabemos bien lo que es y lo que le debemos, creo que no tengo adjetivos para describirle.

Creo que no se puede pedir más a unas vacaciones…

¡La vuelta a casa la estoy disfrutando porque hablo y hablo de Burundi!

Gracias a los que no os cansáis de escucharme; es muy importante para mi conseguir que comprendáis la felicidad que hemos sentido allí. Lo a gusto que nos hemos sentido y lo gratificante que ha sido haber formado parte de este grupo tan único que hemos formado entre los españoles y los burundeses: una familia más

Ahora sólo pienso en el siguiente día que pueda estar allí con todos ellos y espero que sea pronto."


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