viernes, 10 de septiembre de 2010

Testimonio de Royal



Aqui tenemos otro testimonio muy interesante.

LA FELICIDAD ES EL CAMINO, NO LA META


Escribir un testimonio sobre una experiencia burundesa de tres semanas se trata de todo un reto, sobre todo después de haber leído el de mi gran amiga y tocaya Teresa Viro, y por supuesto el que ha escrito el grandioso Tito; donde ambos han descrito la realidad de una forma increíble. Francamente no he hecho muy bien en dejar reposar mis ideas para este relato, ya que mis compañeros se me han adelantado descaradamente (más bien ingeniosamente) y ahora me quedo sin palabras para poder detallar tal experiencia. Al volver a España todo el mundo te pregunta sobre el país, la gente, lo que has hecho para «colaborar»… y tú te mueres de ganas por dar a conocer cada segundo vivido, pero no tienes ni idea de por dónde empezar y mucha menos idea de cómo describirlo. Sentada en el escritorio me dispongo a, por lo menos, intentar ofreceros la mejor cara burundesa, esa que los que hemos estado allí hemos experimentado a diario, la cara de un país maravilloso y sorprendente, la cara de la sonrisa, la fe y la felicidad.



Ir de voluntariado a un país completamente desconocido y enterrado en la más profunda de las pobrezas es toda una incertidumbre y te llena de preguntas sin respuesta y de inquietudes que por lo menos a mí me consumieron un mes antes de partir. Pero supongo que todo ello es fruto de los nervios y de las ganas de llegar e intentar ofrecer tu mínimo granito de arena. Pues bien, todo lo que previamente imaginas, organizas y sueñas no se parece ni lo más mínimo a lo que en realidad existe en Burundi. Es un país «dejado de la mano de Dios» pero solamente en términos económicos, porque en mi vida había conocido a gente con tanta fe en Dios y sobre todo en la Virgen María. Este es el aspecto que sin duda más ha llamado mi atención. Como bien sabe cualquier persona con un mínimo interés en este país africano, Burundi ha estado años en Guerra Civil, pero no es solamente esta situación la que le convierte en el segundo país más pobre del mundo, sino que además no cuenta con recursos ni naturales ni económicos, ni con un gobierno medianamente organizado, y sobre todo, lo más triste y difícil de conseguir según mi punto de vista es la educación y formación en las escuelas.



Ciertamente un voluntariado en semejante país es duro, porque un occidental como nosotros, acostumbrado a todo tipo de lujos y caprichos echa en falta muchas cosas, pero lo material si os soy sincera se echa en falta los dos primeros días. Lo que yo personalmente más he necesitado ha sido tener la certeza de «guardar» lo que ese país me ofrecía, necesitaba volver a España segura de que esa alegría y felicidad incondicionales volverían conmigo a mi casa, a mi rutina, a mis lujos innecesarios, y según iban pasando los días en África me frustraba el pensar que todo lo sentido y experimentado en Burundi lo podía perder nada más aterrizar en suelo español. Este principal miedo lo sentía porque en Burundi he sido una persona realmente feliz, nunca he sido más feliz en toda mi vida. Uno se entrega en cuerpo y alma para las diferentes actividades, pero eso no es lo que más me ha aportado, sino lo que he llegado a sentir rodeada de todos los burundeses. Los burundeses son personas que ofrecen y dan sin esperar recibir nada a cambio, son personas trabajadoras y hospitalarias, humildes y, sobre todo, sonrientes. Pasear por las calles era una maravilla, todo el mundo te saluda, te da la mano, te reparte besos y abrazos, ¿cuándo hemos visto esto en España? Entre ellos se respetan y también respetan al blanco que viene a «invadir» su país. Paseando por las calles un muzungu (hombre blanco) es perseguido por jóvenes y niños como el auténtico flautista de Hamelín, despertamos en ellos muchísimo interés, y nos persiguen simplemente para mirarnos, para intentar conocernos y ante todo para ofrecernos lo que tienen.



Me ha impresionado mucho su capacidad de perdón. Los burundeses son personas que saben perdonar, después de todas las atrocidades sufridas saben perdonar al que mató a su familia delante de sus ojos, sabe perdonar al occidental que no le deja seguir adelante porque son nuestros gobiernos los que controlan África entera, saben perdonar a sus políticos corruptos. Y no solamente perdonan sin cesar, sino que además piden por todos ellos, por todos nosotros, encima lo hacen en plena constancia. Un ejemplo claro es el episodio de Buta, donde cuarenta jóvenes mártires perdieron la vida, y los supervivientes aseguran haber perdonado a los autores de la masacre.



Leí hace poco una frase en un libro de Katherine Pancol que decía: La felicidad es aceptar la lucha, el esfuerzo, la duda, y avanzar, avanzar franqueando cada obstáculo. A pesar de no contar con nada, ni ayudas, ni recursos, los burundeses son el perfecto ejemplo de esta frase, luchan por su dignidad y por sus seres queridos, se mantienen siempre unidos a pesar de que hace poco tiempo la Guerra Civil mantenía una lucha entre razas. El sentimiento de unidad entre familiares y amigos lo tienen desde que nacen, y lo demuestran cantando y dando gracias por esa familia que Dios les ha dado y dando gracias por el amor que se reparten entre ellos. Su lucha diaria reposa en el amor, no en la ambición, ni en la necesidad de tener y poseer, sino en el amor… En el amor a los demás, el amor por la vida. Cuando se ama, uno está salvado. Y es todo esto lo que más me ha llenado, lo que me ha convertido en la persona más feliz del mundo, y no quiero que todo esto termine y se apague dentro de mí.



No sólo necesito tomar ejemplo de este amor y unidad, sino sobre todo debo tomar ejemplo de su fe. Como católica, ha habido momentos a lo largo de mi vida en los que he estado más cerca o menos de Dios, de la Virgen, de la Iglesia; supongo que es de lo más normal y no soy la única a la que le pasa, por algo somos humanos y tenemos la libertad de elegir nuestro camino. Pero no siempre es fácil, Dios no nos viene a buscar directamente, tenemos que poner de nuestra parte y hacerle saber que estamos a su disposición. Esta pequeña (o grande confesión, según cómo se mire) me sirve para hablar de la fe. En Burundi todas mis dudas en este respecto han desaparecido, ya que he visto la cara de Dios en cada una de las personas que he conocido, tanto en los voluntarios españoles, en la de los chilenos y sobre todo en la de todos los burundeses. Esta gente reza a cada momento del día, al terminar una actividad, al comenzar otra, antes y después de comer, asisten a misa (pero asisten de verdad, no como en España, que nos sentamos y repetimos como papagayos), cantan con sentimiento canciones para Dios y para la Virgen, canciones que te hacen llorar desconsoladamente. Se apoyan en Dios porque saben que en realidad es eso lo que importa, no desean tener una casa más grande, luz eléctrica, un móvil última generación o simplemente tres comidas diarias, lo que realmente cuenta para ellos es que Dios no les abandone, y ese sentimiento te lo transmiten de forma increíble. El colmo es que además rezan por ti, un occidental con todo lo habido y por haber. Pero lo que pasa es que en Burundi el individualismo no existe, todo es para el prójimo, ¿existe eso en Europa? Desde luego yo no lo he visto más que en contadas ocasiones, y desgraciadamente las puedo contar con los dedos de una mano…



Evidentemente no puedo terminar de escribir sin agradecer a todos mis compañeros su eterna ayuda, su eterno apoyo. Cuando hablo de mis compañeros me refiero a todos los que despegamos juntos desde Madrid, a los chilenitos, a los Padres de Schoenstatt, a todos los burundeses y por supuesto a Joaquín, que sin él todo este sueño no se habría hecho realidad.



Gracias Burundi por darme la oportunidad de conocer a tu gente, de hacer amigos a los que nunca olvidaré y de enseñarme cosas que jamás pensé que sería capaz de sentir, gracias por haber hecho que abriera los ojos y que me diera cuenta de cosas muy importantes, gracias por enseñarme a rezar y a trabajar duro, gracias por brindarme la experiencia de mi vida. Volveré, prometo que voy a hacer lo imposible por volver, pero mientras tanto le pido a Dios fuerza para seguir dando el mejor testimonio de este país y para seguir trabajando desde España por un futuro mejor para toda la gente maravillosa de Burundi.


MURAKOTZE,




Royal

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