jueves, 23 de septiembre de 2010

Testimonio Mercedes


BURUNDI Y LA ALEGRÍA

Hace un mes que volví de Burundi y en tan poco tiempo la vida ha cambiado radicalmente y como cualquier muzungu me enfrento a las torpezas diarias de vivir en este primer mundo; una de ellas es no tener ordenador por lo que tengo colgado el contacto con mis queridos amigos hispano-burundeses.
Como soy anárquica empiezo con este desorden establecido dando las gracias por haber estado allí, por hacerme vivir ese mundo a tan solo unas horas de avión de Madrid; gracias por aquellos desayunos, por aquel saber perder el equipo masculino ante el buen-hacer de las chicas en Furor, por compartir tantas cosas, por formar un grupo.



Empiezo a entrar un poco en el tema porque sin lugar a dudas recomiendo ir a Burundi; allí eres feliz, te acuestas cada día con la tranquilidad de haber hecho algo bueno y eso te hace feliz; a mi desde luego.
Hablar de mi en Burundi se me hace muy fácil; todos los días estaban ocupados desde primera hora por cosas que me gustaba hacer y eran inmediatamente recompensadas.
Allí son sencillas las relaciones, es el mundo del trueque, siempre recibiendo amor.
El corazón se expande y con total disciplina e inercia das todo lo que puedes porque inviertes en gratitud; no voy a negar que el trabajo ha sido duro en algunas ocasiones y se me han revuelto las tripas ante la impotencia y la incomprensión por sentir que el hambre estaba necrosada, que hablar de reparto equitativo era una burla, que el destino se había imbricado en la injusticia, que la pena estaba bombardeada y solo quedaba la fé, la esperanza, la alegría.



Pues eso, de nuevo me metía en la cama con aquel cuelgue aromático de Relec y me dormía sin haber resuelto nada sintiéndome un guisante, un mosquito incapaz de atravesar aquella piel de muzungus impasibles ante la injusticia.
Al día siguiente las campanadas y mi enemiga la urraca me despertaban y paradójicamente estaba feliz, tenía una tarea concreta que hacer, nos encontraríamos con aquellos niños en el campo de futbol, tendríamos a bebés enredados en nuestros brazos en las Madres  donde, aquella voluntaria de Isla Mauricio ( ¿), una persona ejemplar por su labor callada y constante que no pasará mas que a la intrahistoria, a su gozo de haber hecho algo bueno un día y otro…

Aquí, en este incongruente llamado mundo-desarrollado, la recurrente disculpa de la rutina no nos permite sentir el amor, Dios en los ojos ajenos como dijo Elvis; la vida del muzungu nos enfrenta a vivir solos, sin recibir la gratitud, sin tener una tarea, una disciplina de hacer el bien y eso gusta mucho, a mi me gusta mucho.


Sentir la gratitud ajena y el amor nos hace crecer, me ha hecho crecer y quiero que continúe en mi y me ayude a ser mejor, a tener como objetivo hacer algo bueno cada día porque inevitablemente revierte en felicidad.


Aprovechar Burundi ha sido gracias a la inmejorable organización de Elvis, de Gaby, a Teresa –mi teacher de restauración- por haberme hablado de “un voluntario en Burundi”, al humor de Irene, a mi equipooo! ( David y Matías), al magnífico Mundo Bilbo, a mis Teresas ( ¡no me dejo ni una!) , a Belén, Mónica que es un sol, a Edu –mi niño-, a Miguel que tu si que lo vales, a la ayuda de los padres y a aquella santidad que se respiraba en la Casa de la Madre Teresa de Calcuta y sobretodo a los ojos abiertos a sonrisas, a brazos deseando envolvernos en bondad.
Gracias por hacerme vivir cosas buenas

Mercedes Sosa


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